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ADENOW en la Cordillera Real (Cordillera de los Andes - Bolivia). Segunda parte


Chema, Benito y Josepa, julio 2019

Lejos queda ya aquella reunión en una cafetería de Caravaca con algunos compañeros del querido club Adenow. Fue una tarde de invierno; o de otoño, qué más da. Aquella reunión incluía un único punto del día: expedición veraniega a algún sitio del que mereciera la pena escribir algo a la vuelta (más o menos algo así). Nosotros ya veníamos con una idea —uso el plural mayestático aunque yo no tenía demasiada idea de la propuesta que llevábamos entre manos, pero confiaba plenamente en el criterio de mi primo— y el acuerdo se alcanzó bastante rápido, pues Benito, nuestro más experimentado compañero, cabeza pensante —y por qué no, liante— al igual que Josepa, también quería ir al Huayna.


El Huayna Potosí (Joven Potosí en lengua aymara) se erige como una montaña de 6088 metros ubicada en el sector más septentrional de la Cordillera Real, al oeste de Bolivia. A su vez, la Cordillera Real es una de las muchas sierras que forman parte de ese inmenso sistema que recorre 8500 Km desde Venezuela, en el norte, hasta la lejana Tierra del Fuego, al sur, y que da cobijo a decenas de millones de habitantes que pueblan sus valles y sus altiplanos. Los Andes se perfilan como la majestuosa columna vertebral de Sudamérica. La que le da forma y sustenta, de alguna manera, el peso de este maravilloso continente.

Foto 1: Nevado Huayna Potosí con el embalse Zongo en primer plano.


Día 7 - Preparativos

Tras nuestra fructuosa experiencia en el macizo del Condoriri, nuestros ánimos estaban por las nubes y muchos de los miedos que arrastrábamos desde antes de llegar a Bolivia parecían desvanecerse. Teníamos más de una semana por delante y si seguíamos a este ritmo, íbamos a poder intentar otras montañas, más allá de los mínimos que nos habíamos planteado. La opción del volcán Sajama siempre había estado ahí, pero es que si todo iba según los planes (y parece ser que así estaba siendo), íbamos a poder intentar alguna otra montaña; y allí teníamos al premio más gordo y más temible de todos: el nevado Illimani, que con sus 6460 metros se mostraba siempre amenazante sobre la ciudad de La Paz. Pero nuestro objetivo inminente era el Huayna. Ya veríamos más adelante.

Descansar en una buena cama y reponer fuerzas en un restaurante pijo es —si te lo puedes permitir— una de las grandes recompensas de hacer montañismo en lugares remotos. Nada sabe como un plato de pasta boloñesa o una hamburguesa con carne de Angus y doble de patatas caseras con salsa de aguacate on top cuando viene de despacharse a gusto tras varios días de pateo y penurias en las alturas. Uno se lo merece, lo sabe y lo paga con gusto. Es así de simple. Lo que no puedes controlar es que durante el proceso de elaboración de tan preciados manjares alguna uña pecaminosamente oscurecida entre en contacto con tu inminente festín. Nuestra flora intestinal occidental, inocente y acostumbrada a “poca marcha” no es capaz de lidiar con según qué cargas bacterianas y esto se traduce en muchos casos en diarrea, o en términos más eufemísticos: la enfermedad del viajero. Lo llames como lo llames, el resultado es el mismo y esto, que en la comodidad del valle se antoja como una inconveniencia que puede truncar tus planes de turisteo; en la montaña se puede convertir en un problema muy serio, llegando a ocasionar en más de una ocasión situaciones dramáticas. Pues por este motivo, a dos días de irnos hacia el Huayna, uno de los tres integrantes de nuestra expedición tuvo que asumir que se quedaba en la ciudad mientras los otros dos tirábamos para arriba.


Día 8 - Campo Alto Huayna

Es una gozada ir al Huayna Potosí. Desde La Paz se tarda lo mismo en llegar a su campo base que yo desde Murcia en plantarme en el albergue universitario de Sierra Nevada. Únicamente hay que matizar que las cinco horas de trayecto hasta el refugio Zongo del Huayna Potosí se emplean en cubrir una distancia de 50 o 60 kilómetros. Ya se sabe que cuando se sale de Europa y sus comodidades, las distancias y los tiempos pierden todo el sentido al que uno está acostumbrado. Salir de La Paz - El Alto en 'movilidad' es siempre una experiencia para recordar. La sensación es la siguiente: da igual donde vayas: norte, sur, este u oeste; siempre saldrás por las mismas tres callejuelas empinadas hacia la carretera principal —y esto igual para el resto de los dos millones de habitantes del lugar. Esto hace la experiencia, sin duda, memorable. Así, después de dos horas de callejeo inmundo por calles que nada tienen que envidiarle al puerto del Angliru, por fin escapa uno de la “zona nueva” de La Paz e ingresa en El Alto, casi sin darse uno cuenta. La carretera que sale de los barrios periféricos de El Alto fue bautizada al comienzo de nuestro viaje como la Franja de Gaza, pues compartía con esta conocida y conflictiva región de Palestina una fisionomía y una esencia, digamos, similar. La basura lo cubre todo (animado e inanimado) y la gente, ajena a esta cuestión, va y viene realizando sus quehaceres —o eso al menos me imagino yo mientras miro por la ventana de la furgo. Las casas, todas de ladrillo visto, dan al lugar un aire de reconstrucción que en realidad no es tal, pues si bien supimos luego, el hecho de no enlucir las paredes aduce más bien a una cuestión de exención temporal (o no tanto) de pago de impuestos municipales por encontrarse la vivienda en una situación de “en construcción”. Seguramente estas ideas tan ahorrativas les puedan venir a los bolivianos de la época de los conquistadores, pues bien sabemos todos que por nuestra ibérica geografía también somos muy dados a ahorrarnos unos cuartos en el pago de impuestos. Resumiendo: lo mejor de El Alto es, sin duda, salir de allí.

Foto 2: Benito y yo con nuestro guía Juan camino del Huayna

Tras unos 45 minutos de carretera nacional en dirección norte, se llega a un desvío que gira al este, decididamente hacia las montañas, que ya nos quedan desde este momento siempre a nuestro frente. Benito y yo nos emocionamos, hacemos fotos y vídeos dentro de la furgoneta. La carretera por la que vamos se torna en pista forestal y de esta manera vamos penetrando poco a poco en un valle minero que nos habrá de depositar a los pies de nuestro objetivo. Tras unos kilómetros de polvo y paja brava a nuestra diestra y siniestra llegamos a un lugar que nos llama necesariamente la atención. Se trata de un cementerio. 

Foto 3: Carretera minera que recorre toda el área

Fue en el año 1965 cuando el Alto Mando Militar Boliviano, con el beneplácito del régimen dictatorial de René Barrientos Ortuño, masacró la revuelta minera que desde hacía más de 15 años reivindicaba una mejora en las penosas condiciones de trabajo que debían sufrir las pobres gentes que procuraban de ganarse la vida a través de la extracción de estaño para empresas de capital extranjero, principalmente británico. Tras varios años de protestas y alguna que otra escaramuza, el ejército boliviano, incluyendo aviones de combate y helicópteros atacaron las instalaciones de las minas, así como las viviendas de los mineros y sus familias y acabaron con la reivindicación y con la vida de cientos de civiles. Muchos de los supervivientes morirían al cabo de no demasiado tiempo, fruto de la enfermedad, la malnutrición y las terribles condiciones que se mantuvieron desde aquel momento. Todos ellos se encuentran enterrados en el conocido como cementerio general de Milluni. Transitar este lugar sombrío e impregnado de una historia tan terrible en un espacio, ya de por sí tan poco compatible con la vida de cualquier tipo y bajo la sombra del majestuoso Huayna-Potosí es, sin duda alguna, una imagen difícil de borrar de nuestra memoria.

Foto 4: Cementerio Milluni

De esta manera, finalmente llegamos al refugio Zongo, al mismo pie de la carretera que llevamos siguiendo las últimas dos horas. Allí terminamos de preparar la mochila, cogemos todo nuestro material y nos ponemos en marcha, buscando el pie de la morrena del glaciar. Esta primera jornada constará únicamente de unas tres horas de marcha y nos llevará al refugio Campo Alto, a media subida de la cumbre y a una altitud de 5400 metros. Esto se hace así de forma habitual para seguir trabajando en la aclimatación y dar al cuerpo una noche de sueño a una altitud ya relativamente seria. 

Tras treinta minutos de caminata nos encaramamos a la morrena lateral del imponente glaciar Mina de Oro, que se descuelga desde las alturas, y allí efectuamos nuestra primera parada del día. Una enjuta señora local que viste una gorra de magnífica visera —mucho más grande que su pequeña cabeza—, se resguarda de los implacables rayos de sol bajo una covacha de rocas en la base de piedra de dicha morrena. Allí debemos pagar una especie de impuesto revolucionario. No recuerdo el importe, no gran cosa, seguramente. El destino de este dinero: vaya usted a saber. La teoría dice, según palabras de nuestro guía Juan, que revertirá en la comunidad local y en el mantenimiento del propio parque nacional... pero vaya usted a saber.

Seguimos nuestra marcha. Vamos a buen ritmo y con muchas ganas. Tras pasar por dos refugios que parecen no ser el nuestro, alcanzamos finalmente, a los pies de un imponente glaciar que se desliza desde más allá de los 6000 metros, el refugio Campo Alto, a 5400 metros.


Fotos 5 y 6: Primera jornada de ascenso, rodeando el glaciar Mina de Oro

El plan es el siguiente: dedicar un par de horas a monear por las escarpaduras que rodean el refugio, descansar un poco esa tarde y hacer tiempo para la hora de la cena. Tras la cena tendremos que irnos a dormir a eso de las 7:00 pm pues la hora de despertarse se ha acordado para las 1:30 am. Veremos a ver.


Fotos 7 y 8: Benito, cual versión gringa de Evo Morales, rindiendo homenaje a la bandera boliviana en las inmediaciones del Campo Alto

Dormir en altura es más parecido a estar drogado que a dormir. Hay veces en las que tu cuerpo, cansado como después de una gran borrachera, te pide descanso y tu mente ve a bien concedértelo; sin embargo, en otras ocasiones tu mente decide reírse de ti y de tus humanas necesidades y prefiere dejarte en un estado de cruel duermevela en el que las ideas deambulan por tu cabeza, se deslizan caprichosamente y te ponen a prueba; un estado en el que los minutos y las horas pasan lentamente y tu cuerpo, ansiando un poco de reparación no puede sino resignarse a los caprichosos avatares en los que se sumerge tu mente. Mientras yo me dedico a divagar por todo esta amalgama de pensamientos metafísicos e introspectivos; a mi lado, mi compañero Benito duerme como un auténtico cabrón.


Fotos 9 y 10: Refugio Campo Alto (5400 msnm)

Día 9 - Cumbre Huayna

A la 1:30 estamos en pie, y a las 2:30 vestidos, equipados y en marcha. La columna de frontales se pierde por la oscuridad en la que una vez estuvo el glaciar Huayna. Somos diferentes grupos los que, encordados a nuestros guías, progresamos lentamente ladera arriba por un terreno más o menos favorable, pues se trata de una pala de nieve de no más de 20º de pendiente. Las estrellas brillan en el oscuro cielo carente de luna, el frío no aprieta demasiado, realmente la noche es magnífica y nosotros avanzamos paso a paso, sintiendo en nuestros cuerpos y en nuestras mentes la altitud que vamos alcanzando poco a poco. Tras dos horas de caminata ya hemos superado el gigantesco plateau en el que antiguamente se erigía el conocido Campamento Argentino. Este es un lugar parcialmente resguardado de aludes y que en un tiempo —antes de la construcción de todos los refugios que se pueden encontrar en Campo Alto— era el lugar oficial de vivaqueo en la ruta de ascensión normal a esta montaña. La altiplanicie se cierra en uno de sus extremos por unas empinadas palas de nieve a las que nos dirigimos poco a poco, entre pesadas respiraciones que conectan un paso con el siguiente y que, casi sin darnos cuenta, van limando minutos a la oscura noche.


Foto 11: Comienzo del ataque a cumbre

Fue en este punto cuando empecé a sentirlo. Al principio iba creciendo poco a poco en mi interior, como una sensación remanente de las penosas horas pasadas postrado en la cama del refugio, donde no había podido dormir si acaso unos pocos minutos. Nunca lo había sentido así, pero es que nunca había estado expuesto a tales condiciones calculo que rondaríamos ya los 5800 metros–. En una de las pequeñas paradas que hacíamos para reagruparnos, tomar un trago, preguntarnos como estábamos, etc. fui plenamente consciente (o más bien inconsciente, para hablar con propiedad): el sueño que me invadía el cuerpo me hacía dormirme incluso de pie. Una sensación muy desagradable, como cuando conduces con somnolencia y eres consciente del peligro que esto entraña. La gran diferencia es que aquí no podía pararme en el arcén y echar una cabezada; tenía que superar esa sensación fuera como fuera. Tomé varias (quizás demasiadas) gominolas con cafeína pero su efecto apenas lo sentía y durante largos minutos caminé dando cabezazos, luchando por mantener los ojos abiertos con un sueño que me pesaba como una losa sobre mi espalda. Físicamente me encontraba fantástico pero la altitud, en mi caso, quiso cebarse de esta peculiar manera, poniéndome a prueba para determinar si iba a ser digno de hollar la cumbre de esta majestuosa montaña.



Fotos 12 y 13: Haciendo tiempo y tomando el fresco a 5700 m. Nótese la ausencia de guantes en las manos de nuestro rudo guía 

No sé durante cuánto tiempo se fue manteniendo esta desagradable sensación, favorecida, sin duda alguna, por la monotonía de la primera parte de esta marcha nocturna. Así fue que llegamos a la rimaya del glaciar, primera vez en la que tuvimos que concentrarnos realmente en hacer bien las cosas: se trataba de una serie de escalones ascendentes en la nieve helada que iban conectando diferentes repisas que salvaban una diferencia de altura de unos 20 o 30 metros, aproximadamente. Sencillo en condiciones “idóneas”; delicado en mitad de la noche, encordado por delante y por detrás, medio dormido y a casi 5900 metros. Me sirvió para despertarme completamente, pues al parecer lo que necesitábamos era un poco de fiesta y de actividad.

Tras estos resaltes, seguimos ascendiendo durante casi otra hora por una loma no muy inclinada que iba bordeando la pirámide somital por el este y buscando la ruta de ascenso directo a ésta, que había sido modificada en recientes años en detrimento de la ascensión por su arista norte, mucho más expuesta y escenario de la mayoría de renuncias de cumbre por parte de excursionistas poco experimentados. Durante esta parte la comunicación fue fluida y la motivación seguía aumentando visto que nuestro estado físico y mental se encontraba en condiciones más que favorables. De esta manera, hicimos una última parada para tomar algo y esperar a que los rayos de sol empezaran a despuntar, pues la idea, al igual que en nuestra anterior subida al Pico Tarija, era encontrarnos el sunrise en todo su esplendor mientras diéramos los últimos pasos cerca de la cumbre. Todavía nos faltaba lo mejor.

Lo cierto es que la subida al Huayna, más allá de la excitación por ser una montaña de más de 6000 metros, es fácil, a veces monótona y para nada exigente técnicamente (por su ruta normal, claro está). Pero la montaña se guarda la mejor parte para el final. Ya habíamos oído hablar de que a pesar de haberse cambiado ligeramente el último tramo de esta ascensión, que anteriormente se encaramaba a su arista somital —con un increíble patio de cerca de 1000 metros hacia su vertiente oeste— a la más sencilla subida directa por la pala de la pirámide que forma la cumbre; mucha gente seguía encontrando este último tramo demasiado amenazante, pues se ha de subir por una superficie completamente helada de unos 40 grados de pendiente y muy expuesta, sin olvidar que todo esto ocurre a una respetable altitud de 6000 metros.

Pues allá que vamos. Este es el punto donde confluyen todas esas cordadas que habíamos ido subiendo a diferentes ritmos y relativamente distanciadas unas de otras durante toda la noche. Empiezas a ver caras donde solo había frontales y vas siendo consciente de que estás a escasos minutos de llegar a la cima.




Fotos 14 - 17: en la masificada cumbre del Huayna Potosí (6088 msnm)

Es bonito, por supuesto que lo es. Magnífico, bello... todos los adjetivos que quieras aplicar a este momento y a este lugar. Estás con tu gente (echando de menos a quien no ha podido estar) y principalmente, estás contigo mismo… Pero en ese momento te haces consciente de que estás con otras 50 personas —en una cumbre, por cierto, en la que más de 10 son multitud— y te das cuenta de que las grandes hazañas de las que tanto has leído y con las que tanto has soñado están en otros lugares o estuvieron en otros tiempos; esto es grande, sí, pero totalmente carente de épica montañera. De repente vuelves a la cumbre: es un momento muy intenso. Tanto que casi olvido hacer fotos (no tengo ninguna mía). Me abrazo con Benito y con nuestro guía Juan y decidimos que si alguien se tiene que caer de esa cumbre no vamos a ser nosotros. Tiramos para abajo.

La bajada se da sin ningún tipo de sobresalto: relajada, amena, incluso divertida. No hemos dormido en horas, pero la adrenalina y las endorfinas nos mantienen como una moto (en mi caso la cafeína de las gominolas también me ayuda). En algo más de dos horas bajamos desde la cumbre hasta Campo Alto. Ahí recogemos nuestros bártulos, empaquetamos nuestras cosas y salimos para abajo. En otras dos horas llegamos al refugio del campamento base. Lo hemos hecho. Estamos súper contentos y con muchas ganas de ver cómo anda nuestro compañero Josepa para contarle nuestras peripecias y animarlo para que lo intente en un par de días, cuando esté plenamente recuperado de sus males intestinales.






Fotos 18 - 23: Diferentes momentos de la bajada


Reflexiones

Como tantas cuestiones en la vida, uno no entiende la verdadera dimensión de las cosas hasta que las vive por uno mismo. De esta manera, yo había escuchado y leído mucho sobre la ascensión a esas montañas exteriores, pero también a las interiores, y no ha sido hasta que de una manera u otra me he visto expuesto a estas experiencias tan intensas, que realmente he comprendido el verdadero significado de estos conceptos y descubierto cómo la experiencia vital de puertas hacia afuera hace removerse hasta los cimientos más profundos de las experiencias internas.

Más reflexiones

Uno no puede sino pensar en lo mucho que ha debido cambiar este país en los últimos 20 o 30 años. Bolivia sigue a día de hoy buscando su sitio y progresando poco a poco en su desarrollo económico y social en una carrera en la que anda varios años retrasado con respecto a sus países vecinos: Chile y Perú. No en vano, durante estos últimos años se ha destapado definitivamente como un destino turístico en auge para miles de montañeros y montañeras que tratan de colmar sus alpinísticas ambiciones a un precio más que razonable. No obstante, hemos sido testigos de situaciones y testimonios totalmente disparatados en cuanto a la realización de actividades de montaña que se deben considerar de cierta entidad. Hemos visto como gente, sin ningún tipo de preparación física y, sobre todo, técnica, se ponen unos crampones por primera vez en su vida ¡para subir una montaña de más de 6000 metros! En Bolivia, escalar altas montañas es bastante asequible puesto que por unos 300 - 600 dólares puedes contratar guía, alquilar todo el equipo necesario y tirar para arriba, y raramente un guía se negará a realizar (y cobrar) un trabajo de este tipo. Aquí es donde confluyen, de forma miserable, la necesidad de unos y la necedad de otros. Si no ocurren más tragedias es por la increíble pericia y la descomunal fuerza física y mental de los guías bolivianos, que muy a menudo tienen que resolver con ingenio la descaradamente sangrante falta de medios materiales.

Chema Picón, 2020

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Alguien dijo...

"Envejecer es como escalar una gran montaña: mientras se sube las fuerzas disminuyen, pero la mirada es más libre, la vista más amplia y serena.

Ingmar Bergman