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ADENOW en la Cordillera Real (Cordillera de los Andes - Bolivia). Primera parte

Chema, Benito y Josepa, julio 2019


Día 2 - Cerro Chacaltaya (5421msnm)

En nuestro segundo día por tierras bolivianas ya habíamos comenzado nuestra necesaria aclimatación a la altura, a la amplitud térmica entre el día y la noche y a ese aire seco y carente de vida que te curte la piel. Esta aclimatación se daba sola, con el simple deambular y (sobre)vivir un par de días por La Paz y El Alto, ciudades que se ubican entre los 3200 y 3900 metros la primera y por encima de 4000 la segunda.

Foto 1: La Paz. Al fondo y en el centro emerge el macizo Chacaltaya y a la izquerda el Nevado Huayna Potosí

La ciudad capitalina se ubica en un inmenso hoyo que interrumpe la perpetua continuidad del altiplano andino a la nada desdeñable altitud de 4000 metros de media. Esta aclimatación la continuamos con una primera aproximación al cerro Chacaltaya, de 5421 m. Esta montaña poseyó durante muchos años la única estación de esquí de Bolivia y sus restos son testigo siniestro de las consecuencias que el calentamiento global están visibilizando en estas zonas de la cordillera andina. La nieve, que no hace tantos años cubría desde su cima hasta bien entrados los valles, ha desaparecido casi por completo y ha dejado desnuda e indignamente cubierta de hierros y restos de antiguos resorts a este cincomil cercano a la incontrolada megaurbe que hoy es La Paz-El Alto. 

Foto 2: Cerro Chacaltaya desde la carretera de acceso a la antigua estación de esquí

De hecho, se considera al glaciar Chacaltaya como el primer glaciar extinto en esta zona tropical de los Andes. Su defunción tiene fecha bien definida: 2010. En este año desaparecieron sus últimas nieves perpetuas. Al cerro Chacaltaya se asciende en combi (furgoneta o movilidad, como acostumbran a llamar a estos vehículos por aquellos lares) hasta tres cuartos de su loma. Uno, pobre europeíto acomodado, no entiende cómo el conductor es capaz de manejar una furgoneta japonesa de marca impronunciable, recorriendo aquellos caminos serpenteantes sin apenas despeinarse. 

A esto, enredado yo en mis pensamientos, en lo anodina y carente de épica que estaba siendo mi primera ascensión a un pico de cincomil metros, cuando la furgoneta se detuvo y el guía nos dijo que a partir de aquel punto se debía caminar. 
 Foto 3: Subida a la cumbre del Chacaltaya. Nótese la poca disposición montañera de los compañeros
Calculo que, como mucho, subiríamos los últimos 200 o 300 metros de desnivel, pasando por los ya mencionados restos de la antigua estación y del club andino Chacaltaya. Tras solo 2 días en Bolivia, hubo que ganarse cada uno de los metros que tuvimos hasta la cumbre, con constantes paradas para recuperar el resuello. Aunque prosaica, fue la primera vez que dos de los compañeros de expedición subíamos por encima de los 5000 (Josepa y yo) y fue, de alguna manera, especial. Por ello Benito nos bendijo con sus artes místicas como pequeños Padawans de montaña. Sin duda alguna, merecía la pena solamente por las vistas del Nevado Illimani (6438 m), al otro lado de la ciudad de La Paz y de nuestro futuro objetivo: el Nevado Huayna Potosí (6088 m), tan cerca y aún tan lejos.

Día 4 - Macizo del Condoriri

Tras ultimar todos los pormenores económicos, de material y de rutas con Juan, el que sería nuestro guía durante las próximas semanas montañeras en la Cordillera Real de Bolivia, tomamos nuestras últimas cervezas, comimos nuestras últimas comidas de restaurante y empaquetamos todo el material que íbamos a necesitar durante los siguientes tres días en el Macizo del Condoriri, donde aclimataríamos en el pico Austria, cercano al refugio Chiar Khota y subiríamos a continuación el pico Tarija y nuestro premio gordo: el Pequeño Alpamayo, de 5370 metros. No dejaba de ser éste el paquete clásico que se ofrecía en las numerosas agencias de guías que atestaban la populosa y céntrica calle Sagárnaga de la capital. 
Foto 4:Pequeño Alpamayo

El primer día, una combi nos aproximó hasta La Rinconada, una suerte de cortijada de pastores que se encuentra al final de un estrecho valle flanqueado por páramos andinos cubiertos de una hierba que se ha ganado justamente el sobrenombre de paja brava. Por dicho valle serpentea un pequeño arroyo junto al cual pacen desde tiempo inmemorial  llamas y alpacas, tranquilas e impertérritas, mirándonos fijamente y mascullando, como ancianos que escrutan una obra en mitad de la gran vía. Allí, habrían de venir los arrieros lugareños para empaquetar nuestras pesadas mochilas sobre los lomos de un puñado de mulas. Poco acostumbrados a estas condescendencias, no podíamos sino sentirnos como expedicionarios británicos siendo porteados por las junglas de la India por un ejército de nativos. Fue un paseo agradable en el que se ganaba no demasiada altitud pero se penetraba bien adentro en el impresionante macizo del Condoriri. Nuestro camino moría junto a la laguna Chiar Khota, a 4529 metros y al pie del terrible nevado Condoriri, en el que se diferencian sus alas izquierda y derecha y su majestuosa Cabeza de Cóndor. Allí pasaríamos la tarde, paseando junto al refugio y subiendo a algún pequeño cerro de los alrededores para seguir trabajando en nuestra aclimatación (o aclimatización, como decía nuestro desdentado amigo Juan, en su español a veces bien, a veces regulero).
 

Foto 5: Aproximación desde La Rinconada al campo base del Condoriri

Foto 6: Refugio Chiar Khota (4480 msnm)

Foto 7: Laguna Chiar Khota con el Nevado Condoriri

Día 5. Pico Austria (5320 msnm)

El día siguiente ya se puede decir que se acercó más a un día de montaña tal cual los conocíamos (y esperábamos) y consistió en subir al pico Austria, de 5320 metros, por su ruta normal, bordeando los neveros y ascendiendo por su cara noreste. Se trató de una subida cómoda, con un desnivel positivo de unos 900 metros desde el refugio. Lo más reseñable, junto a la comprobación de que nuestra aclimatación seguía produciéndose a buen ritmo y sin sobresaltos, fue el poder disfrutar de unas vistas maravillosas de la Cabeza de Cóndor y de gran parte de la Cordillera Real, que se extendía hacia el noroeste y hacia el sureste. En términos de dificultad y para poder compararlo con algún pico conocido por todos de nuestra geografía, la subida al Austria sería el equivalente a subir el Mulhacén en verano por la cañada de siete lagunas, eso sí, a dosmil metros más de altitud, por lo que se mostraba estrictamente necesaria la aclimatación progresiva que tan bien estábamos realizando. 
 Foto 8: Collado este en la subida al Pico Austria

Foto 9: Cumbre del Nevado Condoriri (5648 m) en el que se observa una cordada trasnsitando su cresta somital
 Foto 10: Cumbre Pico Austria (5320 msnm)
 Foto 11: Laguna Chiar Khota con el Pico Austria al fondo

Día 6. Nevado Pequeño Alpamayo (5370 msnm)

El día comenzó temprano, a las 2.30 am sonaba el despertador en nuestro refugio y las dos cordadas que lo compartíamos nos pusimos en pie. Por un lado, un guía, primo del nuestro (cosa habitual el parentesco entre los guías locales) y una pareja joven de alemanes que a pesar de la apariencia frágil de ella, debían estar muy fuertes pues nos estuvieron contando parte de su currículum y de sus intenciones en Bolivia para aquellos días, y cierto que para llevar a cabo todo aquel planning era absolutamente necesario que así fuera; por otro, el compañero Benito, el compañero (y primo) Josepa, y el que escribe. A las 4 de la mañana ya estábamos pertrechados y preparados para salir dirección al glaciar de Tarija. La aproximación al glaciar nos tomó 45 min, y una vez en su base procedimos a calzarnos los crampones y a encordarnos apropiadamente. No era éste un glaciar demasiado grande ni dificultoso pero ya se sabe que a los glaciares hay que tenerles mucho respeto pues esconden numerosas grietas, trampas mortales que pueden abrirse sin previo aviso bajo los pies y engullirte en su oscuridad fantasmagóricamente azulosa para siempre. Por suerte nuestro guía conocía el camino como la palma de su mano e incluso en la absoluta oscuridad que nos envolvía aquella noche sin apenas luna, él era capaz de desenvolverse con soltura por aquel laberinto de hielo. Además, una generosa trocha arañada capa a capa por todos los montañeros que nos precedieron aquella temporada marcaba de forma más o menos clara la senda a seguir. La noche era calma y los nervios los sufría cada uno para sus adentros. Para mí, que era mi primera experiencia de esta categoría, se entremezclaban en mi cabeza muy variadas sensaciones: emoción, respeto, incertidumbre, miedo, concentración… a su vez estas sensaciones se mezclaban con el sonido continuo y firme del crujir de los crampones sobre el hielo glacial. Tras varias horas de caminata ondulante a través de aquel laberinto llegamos a la base de una pared de mayor inclinación que la que llevábamos practicando toda la noche. Debían de ser las 7 de la mañana, por lo que ya llevábamos unas 4 horas de marcha en aquel momento. En aquel lugar, Juan, nuestro guía, nos comentó que tendríamos que esperar unos treinta minutos para poder disfrutar la salida del sol en la cumbre del pico Tarija, de 5320 metros. No sé qué temperatura habría exactamente, pero bien sabemos que el alba es siempre el momento más frío del día, por lo que la espera fue, cuanto menos, graciosa. Aprovechamos para hidratarnos y comer alguna barrita o gel. Todo por la foto.
Foto 12: En la arista cimera del Pico Tarija (5320 msnm)
Foto 13: Vista del Pequeño Alpamayo desde la cima del Tarija al amanecer

El pico Tarija es básicamente el punto culminante del glaciar homónimo, que habíamos estado transitando durante las 4 horas anteriores. Su cima, aunque desprovista de cualquier tipo de fastuosidad, infringió en nosotros un sentimiento inmenso de felicidad y libertad. Las vistas del alba desde allí bien valían los sacrificios que habíamos estado llevando a cabo durante todo aquel año de entrenos y gastos. Pero aquello debía ser efímero, ese no era nuestro objetivo. Ahora podíamos verlo, por primera vez desde que llegamos al macizo podíamos ver la pirámide majestuosa que se alzaba frente a nosotros y por la que debíamos arrastrarnos en breves minutos para alcanzar su cima. Desde aquel punto se vislumbraba perfectamente la línea de subida por su arista suroeste que nos depositaría perfectamente en su blanca cumbre. Aquello sí era auténtica montaña andina. Para comenzar la subida al Pequeño Alpamayo debíamos alcanzar primero el collado que separaba éste del cerro Tarija y para ello debíamos descender una escombrera descompuesta con un desnivel negativo de unos cincuenta grados. Este era uno de los puntos a los que yo más respeto le tenía habida cuenta de mi poca habilidad descensiva, pero todo fue de maravilla y media hora más tarde ya nos encontrábamos todos en el collado de acceso a la pirámide somital de nuestro objetivo del día. 
Foto 14: Comenzando el descenso del Tarija, camino de su arista
Foto 15: Descendiendo la arista del Pico Tarija y dirigiéndonos al collado que lo une al Pequeño Alpamayo

Aquí ya empezaba lo serio de verdad, ascenderíamos el Pequeño Alpamayo por su ruta normal (D, 200 m, 50º). Las condiciones son perfectas, ni una nube en el cielo y casi sin viento. Las primeras palas de subida van ganando en inclinación de forma paulatina y poco a poco hay que ir tirando más y más de tracción de nuestros piolets. Llegado cierto momento es cuando descubrimos que hemos ganado varios puntos de seguridad haciendo caso omiso a nuestro guía y trayendo todo el material del que disponíamos para asegurar. (Juan, allá en La Paz, nos dijo que no haría falta traer nada de material, más allá del personal (arnés, casco, etc.), pero nosotros, que ya vamos sabiendo más por viejos que por pellejos echamos igualmente todas las cintas y los tornillos de hielo de los que disponíamos. ¡Y vaya si hicimos bien!). El hielo en esta parte de la ascensión era duro como un día de resaca trabajando en la oficina y las dos tristes estacas de hielo que trajo nuestro amigo entraban entre poco y muy poco. Nuestro material, junto al que trajeron nuestros compadres alemanes de la otra cordada marcó la diferencia y pasamos de haber sufrido una auténtica lotería en la subida (y aún más la bajada) a realizar todo este trayecto en unas condiciones muchísimo más seguras. Dos horas y pico más tarde desde nuestra salida del collado hicimos cumbre Benito, Josepa, Juan y yo. Allí nos esperaban el otro guía con sus dos clientes teutones. Creo que ha sido la cumbre más especial de mi humilde trayectoria alpinística y fue una gozada poder compartirla con amigos, especialmente con mi primo, con el que tantas veces habíamos soñado hacer algo así.
Foto 16: Ruta normal marcada en rojo (Fuente: https://www.santiagoquintero.com/)
Foto  17: Primeras rampas de ascensión a la pirámide del Pequeño Alpamayo. Buscando la arista
Foto 18: Asegurando el paso clave de la arista. Éste se mostraría como el lugar más delicado de la bajada debido al verglás acumulado en la pendiente de más de 60º
Foto  19: Cumbre del Pequeño Alpamayo (5370 m)
 Foto 20: Disfrutando la cumbre en familia
 
Tocaba la bajada. Ese fue el momento más tenso del día. Pasando por el punto de mayor pendiente y por donde nuestra vía normal se unía a la directísima que subía desde el plateau inferior y por donde hacía poco menos de un mes había ocurrido un fatal accidente, con el restultado del fallecimiento de un guía español, cuyo cliente sufrió graves heridas; entendimos perfectamente lo delicado del paso pues su exposición a los vientos del sur hacia que el hielo tuviera una consistencia donde era realmente difícil clavar crampones y piolet. Fuimos bajando de uno en uno por un terreno casi vertical ayudándonos de vez en cuando, buscando asideros y cazos en el espolón rocoso que teníamos a nuestra izquierda y que nos permitía colocar de tanto en tanto algún pie sobre material que no se desmoronara. Por suerte y gracias a nuestra previsión, pudimos hacer este destrepe asegurados de cuatro tornillos de hielo y no de una triste estaca mal clavada (estaca que, por cierto, fue en algún momento el marco de una ventana de aluminio). Una vez nos reunimos todos en el collado, pudimos respirar y continuar con nuestro camino de vuelta. Otra vez ascendiendo los 100 metros de arista rocosa del Tarija y volviendo a bajar por su glaciar que poco a poco nos habría de depositar en el refugio junto a la laguna. Aunque no fue la más alta montaña que subimos aquellos días en Bolivia, fue, sin duda, la que más nos encandiló, por salvaje y por exigencia física y mental. 
 Foto 21: Subiendo en el camino de vuelta por la arista del Tarija. Abajo, collado del Pequeño Alpamayo
Chema Picón, 2020

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Alguien dijo...

"Envejecer es como escalar una gran montaña: mientras se sube las fuerzas disminuyen, pero la mirada es más libre, la vista más amplia y serena.

Ingmar Bergman