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La asociación deportiva ADENOW forma parte de la organización del Año Internacional de las Cuevas y el Karst.

La asociación deportiva ADENOW de Caravaca de la Cruz participa en esta iniciativa de la Unión Internacional de Espeleología.

 29/01/2021.  La Unión Internacional de Espeleología (UIS), ha organizado para el 2021, el Año Internacional de las Cuevas y el Karst en el que participan 55 países miembros y más de 100 organizaciones nacionales e internacionales, con el objetivo de divulgar la importancia de estas formaciones para el patrimonio natural y cultural en todo el mundo.

 A lo largo de los próximos meses, la Unión Internacional de Espeleología llevará a cabo diferentes acciones para animar a la participación de científicos, asociaciones, deportistas y turistas. Explorar, comprender y proteger, es el principal objetivo del Año Internacional de Cuevas y Karst.

 Los años internacionales son una serie de eventos organizados alrededor del mundo por equipos internacionales que incluyen organizaciones no-gubernamentales, empresas del sector privado e individuos interesados. El año comenzó oficialmente el pasado 26 de enero en la sede de la UNESCO en Paris, con un evento online donde se presentaron las acciones más destacadas para los próximos meses.

La asociación deportiva ADENOW se ha unido a esta iniciativa, apoyando a través de la difusión de contenidos de nuestro mundo subterráneo y dándolo a conocer mediante la organización de distintas actividades a lo largo del año.

 Un año especial, en el que, desde la asociación deportiva ADENOW, continuaremos divulgando nuestro patrimonio natural.


COMUNICADO XX TRAVESÍA 2021

Caravaca de la Cruz, a 8 de enero de 2021 

Estimados amigos y compañeros. 

Ante la actual situación de emergencia sanitaria que vivimos ocasionada por la pandemia de Coronavirus COVID-19 que está azotando a nuestro país y al mundo en general, la junta directiva de la asociación deportiva ADENOW, en contacto con el Ayuntamiento de Caravaca de la Cruz, la Dirección General de Deportes de la Región de Murcia y la Federación de Montañismo de la Región de Murcia, ha decidido suspender la XX edición de la Travesía de Resistencia en Montaña ‘Sierras del Noroeste Murciano’, cuya celebración estaba prevista para el próximo 6 de marzo

La incertidumbre actual sobre la deriva de la pandemia en las próximas semanas y la prioridad, en tales circunstancias, de que prime siempre la protección y salud de todos los participantes y miembros de la organización ha llevado a la junta directiva de ADENOW a tomar la decisión de emplazar ‘la clásica’ al 5 de marzo de 2022 en un acto de responsabilidad para un evento deportivo que requiere meses de preparación. 

Desde la asociación deportiva ADENOW queremos agradecer a todas y todos los participantes que desde todos los puntos de España acuden fieles a esta cita anual que este año hubiese cumplido su vigésimo aniversario. A lo largo de estos años el espíritu de la prueba de resistencia ha convertido esta travesía en un evento único en su estilo, conservando desde sus inicios la pureza de una travesía por y para la montaña, pensada para aquellos que la aman y disfrutan de una jornada de convivencia y unión entre montañeros y amantes de la naturaleza. Una prueba diseñada para superar nuestras metas, compitiendo con nosotros mismo y rodeados de lo que amamos. 

Nos vemos en 2022 

¡GRACIAS! 

Alejandro Medina Torres 
Presidente
 Asociación Deportiva ADENOW








 

ADENOW en la Cordillera Real (Cordillera de los Andes - Bolivia). Segunda parte


Chema, Benito y Josepa, julio 2019

Lejos queda ya aquella reunión en una cafetería de Caravaca con algunos compañeros del querido club Adenow. Fue una tarde de invierno; o de otoño, qué más da. Aquella reunión incluía un único punto del día: expedición veraniega a algún sitio del que mereciera la pena escribir algo a la vuelta (más o menos algo así). Nosotros ya veníamos con una idea —uso el plural mayestático aunque yo no tenía demasiada idea de la propuesta que llevábamos entre manos, pero confiaba plenamente en el criterio de mi primo— y el acuerdo se alcanzó bastante rápido, pues Benito, nuestro más experimentado compañero, cabeza pensante —y por qué no, liante— al igual que Josepa, también quería ir al Huayna.


El Huayna Potosí (Joven Potosí en lengua aymara) se erige como una montaña de 6088 metros ubicada en el sector más septentrional de la Cordillera Real, al oeste de Bolivia. A su vez, la Cordillera Real es una de las muchas sierras que forman parte de ese inmenso sistema que recorre 8500 Km desde Venezuela, en el norte, hasta la lejana Tierra del Fuego, al sur, y que da cobijo a decenas de millones de habitantes que pueblan sus valles y sus altiplanos. Los Andes se perfilan como la majestuosa columna vertebral de Sudamérica. La que le da forma y sustenta, de alguna manera, el peso de este maravilloso continente.

Foto 1: Nevado Huayna Potosí con el embalse Zongo en primer plano.


Día 7 - Preparativos

Tras nuestra fructuosa experiencia en el macizo del Condoriri, nuestros ánimos estaban por las nubes y muchos de los miedos que arrastrábamos desde antes de llegar a Bolivia parecían desvanecerse. Teníamos más de una semana por delante y si seguíamos a este ritmo, íbamos a poder intentar otras montañas, más allá de los mínimos que nos habíamos planteado. La opción del volcán Sajama siempre había estado ahí, pero es que si todo iba según los planes (y parece ser que así estaba siendo), íbamos a poder intentar alguna otra montaña; y allí teníamos al premio más gordo y más temible de todos: el nevado Illimani, que con sus 6460 metros se mostraba siempre amenazante sobre la ciudad de La Paz. Pero nuestro objetivo inminente era el Huayna. Ya veríamos más adelante.

Descansar en una buena cama y reponer fuerzas en un restaurante pijo es —si te lo puedes permitir— una de las grandes recompensas de hacer montañismo en lugares remotos. Nada sabe como un plato de pasta boloñesa o una hamburguesa con carne de Angus y doble de patatas caseras con salsa de aguacate on top cuando viene de despacharse a gusto tras varios días de pateo y penurias en las alturas. Uno se lo merece, lo sabe y lo paga con gusto. Es así de simple. Lo que no puedes controlar es que durante el proceso de elaboración de tan preciados manjares alguna uña pecaminosamente oscurecida entre en contacto con tu inminente festín. Nuestra flora intestinal occidental, inocente y acostumbrada a “poca marcha” no es capaz de lidiar con según qué cargas bacterianas y esto se traduce en muchos casos en diarrea, o en términos más eufemísticos: la enfermedad del viajero. Lo llames como lo llames, el resultado es el mismo y esto, que en la comodidad del valle se antoja como una inconveniencia que puede truncar tus planes de turisteo; en la montaña se puede convertir en un problema muy serio, llegando a ocasionar en más de una ocasión situaciones dramáticas. Pues por este motivo, a dos días de irnos hacia el Huayna, uno de los tres integrantes de nuestra expedición tuvo que asumir que se quedaba en la ciudad mientras los otros dos tirábamos para arriba.


Día 8 - Campo Alto Huayna

Es una gozada ir al Huayna Potosí. Desde La Paz se tarda lo mismo en llegar a su campo base que yo desde Murcia en plantarme en el albergue universitario de Sierra Nevada. Únicamente hay que matizar que las cinco horas de trayecto hasta el refugio Zongo del Huayna Potosí se emplean en cubrir una distancia de 50 o 60 kilómetros. Ya se sabe que cuando se sale de Europa y sus comodidades, las distancias y los tiempos pierden todo el sentido al que uno está acostumbrado. Salir de La Paz - El Alto en 'movilidad' es siempre una experiencia para recordar. La sensación es la siguiente: da igual donde vayas: norte, sur, este u oeste; siempre saldrás por las mismas tres callejuelas empinadas hacia la carretera principal —y esto igual para el resto de los dos millones de habitantes del lugar. Esto hace la experiencia, sin duda, memorable. Así, después de dos horas de callejeo inmundo por calles que nada tienen que envidiarle al puerto del Angliru, por fin escapa uno de la “zona nueva” de La Paz e ingresa en El Alto, casi sin darse uno cuenta. La carretera que sale de los barrios periféricos de El Alto fue bautizada al comienzo de nuestro viaje como la Franja de Gaza, pues compartía con esta conocida y conflictiva región de Palestina una fisionomía y una esencia, digamos, similar. La basura lo cubre todo (animado e inanimado) y la gente, ajena a esta cuestión, va y viene realizando sus quehaceres —o eso al menos me imagino yo mientras miro por la ventana de la furgo. Las casas, todas de ladrillo visto, dan al lugar un aire de reconstrucción que en realidad no es tal, pues si bien supimos luego, el hecho de no enlucir las paredes aduce más bien a una cuestión de exención temporal (o no tanto) de pago de impuestos municipales por encontrarse la vivienda en una situación de “en construcción”. Seguramente estas ideas tan ahorrativas les puedan venir a los bolivianos de la época de los conquistadores, pues bien sabemos todos que por nuestra ibérica geografía también somos muy dados a ahorrarnos unos cuartos en el pago de impuestos. Resumiendo: lo mejor de El Alto es, sin duda, salir de allí.

Foto 2: Benito y yo con nuestro guía Juan camino del Huayna

Tras unos 45 minutos de carretera nacional en dirección norte, se llega a un desvío que gira al este, decididamente hacia las montañas, que ya nos quedan desde este momento siempre a nuestro frente. Benito y yo nos emocionamos, hacemos fotos y vídeos dentro de la furgoneta. La carretera por la que vamos se torna en pista forestal y de esta manera vamos penetrando poco a poco en un valle minero que nos habrá de depositar a los pies de nuestro objetivo. Tras unos kilómetros de polvo y paja brava a nuestra diestra y siniestra llegamos a un lugar que nos llama necesariamente la atención. Se trata de un cementerio. 

Foto 3: Carretera minera que recorre toda el área

Fue en el año 1965 cuando el Alto Mando Militar Boliviano, con el beneplácito del régimen dictatorial de René Barrientos Ortuño, masacró la revuelta minera que desde hacía más de 15 años reivindicaba una mejora en las penosas condiciones de trabajo que debían sufrir las pobres gentes que procuraban de ganarse la vida a través de la extracción de estaño para empresas de capital extranjero, principalmente británico. Tras varios años de protestas y alguna que otra escaramuza, el ejército boliviano, incluyendo aviones de combate y helicópteros atacaron las instalaciones de las minas, así como las viviendas de los mineros y sus familias y acabaron con la reivindicación y con la vida de cientos de civiles. Muchos de los supervivientes morirían al cabo de no demasiado tiempo, fruto de la enfermedad, la malnutrición y las terribles condiciones que se mantuvieron desde aquel momento. Todos ellos se encuentran enterrados en el conocido como cementerio general de Milluni. Transitar este lugar sombrío e impregnado de una historia tan terrible en un espacio, ya de por sí tan poco compatible con la vida de cualquier tipo y bajo la sombra del majestuoso Huayna-Potosí es, sin duda alguna, una imagen difícil de borrar de nuestra memoria.

Foto 4: Cementerio Milluni

De esta manera, finalmente llegamos al refugio Zongo, al mismo pie de la carretera que llevamos siguiendo las últimas dos horas. Allí terminamos de preparar la mochila, cogemos todo nuestro material y nos ponemos en marcha, buscando el pie de la morrena del glaciar. Esta primera jornada constará únicamente de unas tres horas de marcha y nos llevará al refugio Campo Alto, a media subida de la cumbre y a una altitud de 5400 metros. Esto se hace así de forma habitual para seguir trabajando en la aclimatación y dar al cuerpo una noche de sueño a una altitud ya relativamente seria. 

Tras treinta minutos de caminata nos encaramamos a la morrena lateral del imponente glaciar Mina de Oro, que se descuelga desde las alturas, y allí efectuamos nuestra primera parada del día. Una enjuta señora local que viste una gorra de magnífica visera —mucho más grande que su pequeña cabeza—, se resguarda de los implacables rayos de sol bajo una covacha de rocas en la base de piedra de dicha morrena. Allí debemos pagar una especie de impuesto revolucionario. No recuerdo el importe, no gran cosa, seguramente. El destino de este dinero: vaya usted a saber. La teoría dice, según palabras de nuestro guía Juan, que revertirá en la comunidad local y en el mantenimiento del propio parque nacional... pero vaya usted a saber.

Seguimos nuestra marcha. Vamos a buen ritmo y con muchas ganas. Tras pasar por dos refugios que parecen no ser el nuestro, alcanzamos finalmente, a los pies de un imponente glaciar que se desliza desde más allá de los 6000 metros, el refugio Campo Alto, a 5400 metros.


Fotos 5 y 6: Primera jornada de ascenso, rodeando el glaciar Mina de Oro

El plan es el siguiente: dedicar un par de horas a monear por las escarpaduras que rodean el refugio, descansar un poco esa tarde y hacer tiempo para la hora de la cena. Tras la cena tendremos que irnos a dormir a eso de las 7:00 pm pues la hora de despertarse se ha acordado para las 1:30 am. Veremos a ver.


Fotos 7 y 8: Benito, cual versión gringa de Evo Morales, rindiendo homenaje a la bandera boliviana en las inmediaciones del Campo Alto

Dormir en altura es más parecido a estar drogado que a dormir. Hay veces en las que tu cuerpo, cansado como después de una gran borrachera, te pide descanso y tu mente ve a bien concedértelo; sin embargo, en otras ocasiones tu mente decide reírse de ti y de tus humanas necesidades y prefiere dejarte en un estado de cruel duermevela en el que las ideas deambulan por tu cabeza, se deslizan caprichosamente y te ponen a prueba; un estado en el que los minutos y las horas pasan lentamente y tu cuerpo, ansiando un poco de reparación no puede sino resignarse a los caprichosos avatares en los que se sumerge tu mente. Mientras yo me dedico a divagar por todo esta amalgama de pensamientos metafísicos e introspectivos; a mi lado, mi compañero Benito duerme como un auténtico cabrón.


Fotos 9 y 10: Refugio Campo Alto (5400 msnm)

Día 9 - Cumbre Huayna

A la 1:30 estamos en pie, y a las 2:30 vestidos, equipados y en marcha. La columna de frontales se pierde por la oscuridad en la que una vez estuvo el glaciar Huayna. Somos diferentes grupos los que, encordados a nuestros guías, progresamos lentamente ladera arriba por un terreno más o menos favorable, pues se trata de una pala de nieve de no más de 20º de pendiente. Las estrellas brillan en el oscuro cielo carente de luna, el frío no aprieta demasiado, realmente la noche es magnífica y nosotros avanzamos paso a paso, sintiendo en nuestros cuerpos y en nuestras mentes la altitud que vamos alcanzando poco a poco. Tras dos horas de caminata ya hemos superado el gigantesco plateau en el que antiguamente se erigía el conocido Campamento Argentino. Este es un lugar parcialmente resguardado de aludes y que en un tiempo —antes de la construcción de todos los refugios que se pueden encontrar en Campo Alto— era el lugar oficial de vivaqueo en la ruta de ascensión normal a esta montaña. La altiplanicie se cierra en uno de sus extremos por unas empinadas palas de nieve a las que nos dirigimos poco a poco, entre pesadas respiraciones que conectan un paso con el siguiente y que, casi sin darnos cuenta, van limando minutos a la oscura noche.


Foto 11: Comienzo del ataque a cumbre

Fue en este punto cuando empecé a sentirlo. Al principio iba creciendo poco a poco en mi interior, como una sensación remanente de las penosas horas pasadas postrado en la cama del refugio, donde no había podido dormir si acaso unos pocos minutos. Nunca lo había sentido así, pero es que nunca había estado expuesto a tales condiciones calculo que rondaríamos ya los 5800 metros–. En una de las pequeñas paradas que hacíamos para reagruparnos, tomar un trago, preguntarnos como estábamos, etc. fui plenamente consciente (o más bien inconsciente, para hablar con propiedad): el sueño que me invadía el cuerpo me hacía dormirme incluso de pie. Una sensación muy desagradable, como cuando conduces con somnolencia y eres consciente del peligro que esto entraña. La gran diferencia es que aquí no podía pararme en el arcén y echar una cabezada; tenía que superar esa sensación fuera como fuera. Tomé varias (quizás demasiadas) gominolas con cafeína pero su efecto apenas lo sentía y durante largos minutos caminé dando cabezazos, luchando por mantener los ojos abiertos con un sueño que me pesaba como una losa sobre mi espalda. Físicamente me encontraba fantástico pero la altitud, en mi caso, quiso cebarse de esta peculiar manera, poniéndome a prueba para determinar si iba a ser digno de hollar la cumbre de esta majestuosa montaña.



Fotos 12 y 13: Haciendo tiempo y tomando el fresco a 5700 m. Nótese la ausencia de guantes en las manos de nuestro rudo guía 

No sé durante cuánto tiempo se fue manteniendo esta desagradable sensación, favorecida, sin duda alguna, por la monotonía de la primera parte de esta marcha nocturna. Así fue que llegamos a la rimaya del glaciar, primera vez en la que tuvimos que concentrarnos realmente en hacer bien las cosas: se trataba de una serie de escalones ascendentes en la nieve helada que iban conectando diferentes repisas que salvaban una diferencia de altura de unos 20 o 30 metros, aproximadamente. Sencillo en condiciones “idóneas”; delicado en mitad de la noche, encordado por delante y por detrás, medio dormido y a casi 5900 metros. Me sirvió para despertarme completamente, pues al parecer lo que necesitábamos era un poco de fiesta y de actividad.

Tras estos resaltes, seguimos ascendiendo durante casi otra hora por una loma no muy inclinada que iba bordeando la pirámide somital por el este y buscando la ruta de ascenso directo a ésta, que había sido modificada en recientes años en detrimento de la ascensión por su arista norte, mucho más expuesta y escenario de la mayoría de renuncias de cumbre por parte de excursionistas poco experimentados. Durante esta parte la comunicación fue fluida y la motivación seguía aumentando visto que nuestro estado físico y mental se encontraba en condiciones más que favorables. De esta manera, hicimos una última parada para tomar algo y esperar a que los rayos de sol empezaran a despuntar, pues la idea, al igual que en nuestra anterior subida al Pico Tarija, era encontrarnos el sunrise en todo su esplendor mientras diéramos los últimos pasos cerca de la cumbre. Todavía nos faltaba lo mejor.

Lo cierto es que la subida al Huayna, más allá de la excitación por ser una montaña de más de 6000 metros, es fácil, a veces monótona y para nada exigente técnicamente (por su ruta normal, claro está). Pero la montaña se guarda la mejor parte para el final. Ya habíamos oído hablar de que a pesar de haberse cambiado ligeramente el último tramo de esta ascensión, que anteriormente se encaramaba a su arista somital —con un increíble patio de cerca de 1000 metros hacia su vertiente oeste— a la más sencilla subida directa por la pala de la pirámide que forma la cumbre; mucha gente seguía encontrando este último tramo demasiado amenazante, pues se ha de subir por una superficie completamente helada de unos 40 grados de pendiente y muy expuesta, sin olvidar que todo esto ocurre a una respetable altitud de 6000 metros.

Pues allá que vamos. Este es el punto donde confluyen todas esas cordadas que habíamos ido subiendo a diferentes ritmos y relativamente distanciadas unas de otras durante toda la noche. Empiezas a ver caras donde solo había frontales y vas siendo consciente de que estás a escasos minutos de llegar a la cima.




Fotos 14 - 17: en la masificada cumbre del Huayna Potosí (6088 msnm)

Es bonito, por supuesto que lo es. Magnífico, bello... todos los adjetivos que quieras aplicar a este momento y a este lugar. Estás con tu gente (echando de menos a quien no ha podido estar) y principalmente, estás contigo mismo… Pero en ese momento te haces consciente de que estás con otras 50 personas —en una cumbre, por cierto, en la que más de 10 son multitud— y te das cuenta de que las grandes hazañas de las que tanto has leído y con las que tanto has soñado están en otros lugares o estuvieron en otros tiempos; esto es grande, sí, pero totalmente carente de épica montañera. De repente vuelves a la cumbre: es un momento muy intenso. Tanto que casi olvido hacer fotos (no tengo ninguna mía). Me abrazo con Benito y con nuestro guía Juan y decidimos que si alguien se tiene que caer de esa cumbre no vamos a ser nosotros. Tiramos para abajo.

La bajada se da sin ningún tipo de sobresalto: relajada, amena, incluso divertida. No hemos dormido en horas, pero la adrenalina y las endorfinas nos mantienen como una moto (en mi caso la cafeína de las gominolas también me ayuda). En algo más de dos horas bajamos desde la cumbre hasta Campo Alto. Ahí recogemos nuestros bártulos, empaquetamos nuestras cosas y salimos para abajo. En otras dos horas llegamos al refugio del campamento base. Lo hemos hecho. Estamos súper contentos y con muchas ganas de ver cómo anda nuestro compañero Josepa para contarle nuestras peripecias y animarlo para que lo intente en un par de días, cuando esté plenamente recuperado de sus males intestinales.






Fotos 18 - 23: Diferentes momentos de la bajada


Reflexiones

Como tantas cuestiones en la vida, uno no entiende la verdadera dimensión de las cosas hasta que las vive por uno mismo. De esta manera, yo había escuchado y leído mucho sobre la ascensión a esas montañas exteriores, pero también a las interiores, y no ha sido hasta que de una manera u otra me he visto expuesto a estas experiencias tan intensas, que realmente he comprendido el verdadero significado de estos conceptos y descubierto cómo la experiencia vital de puertas hacia afuera hace removerse hasta los cimientos más profundos de las experiencias internas.

Más reflexiones

Uno no puede sino pensar en lo mucho que ha debido cambiar este país en los últimos 20 o 30 años. Bolivia sigue a día de hoy buscando su sitio y progresando poco a poco en su desarrollo económico y social en una carrera en la que anda varios años retrasado con respecto a sus países vecinos: Chile y Perú. No en vano, durante estos últimos años se ha destapado definitivamente como un destino turístico en auge para miles de montañeros y montañeras que tratan de colmar sus alpinísticas ambiciones a un precio más que razonable. No obstante, hemos sido testigos de situaciones y testimonios totalmente disparatados en cuanto a la realización de actividades de montaña que se deben considerar de cierta entidad. Hemos visto como gente, sin ningún tipo de preparación física y, sobre todo, técnica, se ponen unos crampones por primera vez en su vida ¡para subir una montaña de más de 6000 metros! En Bolivia, escalar altas montañas es bastante asequible puesto que por unos 300 - 600 dólares puedes contratar guía, alquilar todo el equipo necesario y tirar para arriba, y raramente un guía se negará a realizar (y cobrar) un trabajo de este tipo. Aquí es donde confluyen, de forma miserable, la necesidad de unos y la necedad de otros. Si no ocurren más tragedias es por la increíble pericia y la descomunal fuerza física y mental de los guías bolivianos, que muy a menudo tienen que resolver con ingenio la descaradamente sangrante falta de medios materiales.

Chema Picón, 2020

ADENOW en la Cordillera Real (Cordillera de los Andes - Bolivia). Primera parte

Chema, Benito y Josepa, julio 2019


Día 2 - Cerro Chacaltaya (5421msnm)

En nuestro segundo día por tierras bolivianas ya habíamos comenzado nuestra necesaria aclimatación a la altura, a la amplitud térmica entre el día y la noche y a ese aire seco y carente de vida que te curte la piel. Esta aclimatación se daba sola, con el simple deambular y (sobre)vivir un par de días por La Paz y El Alto, ciudades que se ubican entre los 3200 y 3900 metros la primera y por encima de 4000 la segunda.

Foto 1: La Paz. Al fondo y en el centro emerge el macizo Chacaltaya y a la izquerda el Nevado Huayna Potosí

La ciudad capitalina se ubica en un inmenso hoyo que interrumpe la perpetua continuidad del altiplano andino a la nada desdeñable altitud de 4000 metros de media. Esta aclimatación la continuamos con una primera aproximación al cerro Chacaltaya, de 5421 m. Esta montaña poseyó durante muchos años la única estación de esquí de Bolivia y sus restos son testigo siniestro de las consecuencias que el calentamiento global están visibilizando en estas zonas de la cordillera andina. La nieve, que no hace tantos años cubría desde su cima hasta bien entrados los valles, ha desaparecido casi por completo y ha dejado desnuda e indignamente cubierta de hierros y restos de antiguos resorts a este cincomil cercano a la incontrolada megaurbe que hoy es La Paz-El Alto. 

Foto 2: Cerro Chacaltaya desde la carretera de acceso a la antigua estación de esquí

De hecho, se considera al glaciar Chacaltaya como el primer glaciar extinto en esta zona tropical de los Andes. Su defunción tiene fecha bien definida: 2010. En este año desaparecieron sus últimas nieves perpetuas. Al cerro Chacaltaya se asciende en combi (furgoneta o movilidad, como acostumbran a llamar a estos vehículos por aquellos lares) hasta tres cuartos de su loma. Uno, pobre europeíto acomodado, no entiende cómo el conductor es capaz de manejar una furgoneta japonesa de marca impronunciable, recorriendo aquellos caminos serpenteantes sin apenas despeinarse. 

A esto, enredado yo en mis pensamientos, en lo anodina y carente de épica que estaba siendo mi primera ascensión a un pico de cincomil metros, cuando la furgoneta se detuvo y el guía nos dijo que a partir de aquel punto se debía caminar. 
 Foto 3: Subida a la cumbre del Chacaltaya. Nótese la poca disposición montañera de los compañeros
Calculo que, como mucho, subiríamos los últimos 200 o 300 metros de desnivel, pasando por los ya mencionados restos de la antigua estación y del club andino Chacaltaya. Tras solo 2 días en Bolivia, hubo que ganarse cada uno de los metros que tuvimos hasta la cumbre, con constantes paradas para recuperar el resuello. Aunque prosaica, fue la primera vez que dos de los compañeros de expedición subíamos por encima de los 5000 (Josepa y yo) y fue, de alguna manera, especial. Por ello Benito nos bendijo con sus artes místicas como pequeños Padawans de montaña. Sin duda alguna, merecía la pena solamente por las vistas del Nevado Illimani (6438 m), al otro lado de la ciudad de La Paz y de nuestro futuro objetivo: el Nevado Huayna Potosí (6088 m), tan cerca y aún tan lejos.

Día 4 - Macizo del Condoriri

Tras ultimar todos los pormenores económicos, de material y de rutas con Juan, el que sería nuestro guía durante las próximas semanas montañeras en la Cordillera Real de Bolivia, tomamos nuestras últimas cervezas, comimos nuestras últimas comidas de restaurante y empaquetamos todo el material que íbamos a necesitar durante los siguientes tres días en el Macizo del Condoriri, donde aclimataríamos en el pico Austria, cercano al refugio Chiar Khota y subiríamos a continuación el pico Tarija y nuestro premio gordo: el Pequeño Alpamayo, de 5370 metros. No dejaba de ser éste el paquete clásico que se ofrecía en las numerosas agencias de guías que atestaban la populosa y céntrica calle Sagárnaga de la capital. 
Foto 4:Pequeño Alpamayo

El primer día, una combi nos aproximó hasta La Rinconada, una suerte de cortijada de pastores que se encuentra al final de un estrecho valle flanqueado por páramos andinos cubiertos de una hierba que se ha ganado justamente el sobrenombre de paja brava. Por dicho valle serpentea un pequeño arroyo junto al cual pacen desde tiempo inmemorial  llamas y alpacas, tranquilas e impertérritas, mirándonos fijamente y mascullando, como ancianos que escrutan una obra en mitad de la gran vía. Allí, habrían de venir los arrieros lugareños para empaquetar nuestras pesadas mochilas sobre los lomos de un puñado de mulas. Poco acostumbrados a estas condescendencias, no podíamos sino sentirnos como expedicionarios británicos siendo porteados por las junglas de la India por un ejército de nativos. Fue un paseo agradable en el que se ganaba no demasiada altitud pero se penetraba bien adentro en el impresionante macizo del Condoriri. Nuestro camino moría junto a la laguna Chiar Khota, a 4529 metros y al pie del terrible nevado Condoriri, en el que se diferencian sus alas izquierda y derecha y su majestuosa Cabeza de Cóndor. Allí pasaríamos la tarde, paseando junto al refugio y subiendo a algún pequeño cerro de los alrededores para seguir trabajando en nuestra aclimatación (o aclimatización, como decía nuestro desdentado amigo Juan, en su español a veces bien, a veces regulero).
 

Foto 5: Aproximación desde La Rinconada al campo base del Condoriri

Foto 6: Refugio Chiar Khota (4480 msnm)

Foto 7: Laguna Chiar Khota con el Nevado Condoriri

Día 5. Pico Austria (5320 msnm)

El día siguiente ya se puede decir que se acercó más a un día de montaña tal cual los conocíamos (y esperábamos) y consistió en subir al pico Austria, de 5320 metros, por su ruta normal, bordeando los neveros y ascendiendo por su cara noreste. Se trató de una subida cómoda, con un desnivel positivo de unos 900 metros desde el refugio. Lo más reseñable, junto a la comprobación de que nuestra aclimatación seguía produciéndose a buen ritmo y sin sobresaltos, fue el poder disfrutar de unas vistas maravillosas de la Cabeza de Cóndor y de gran parte de la Cordillera Real, que se extendía hacia el noroeste y hacia el sureste. En términos de dificultad y para poder compararlo con algún pico conocido por todos de nuestra geografía, la subida al Austria sería el equivalente a subir el Mulhacén en verano por la cañada de siete lagunas, eso sí, a dosmil metros más de altitud, por lo que se mostraba estrictamente necesaria la aclimatación progresiva que tan bien estábamos realizando. 
 Foto 8: Collado este en la subida al Pico Austria

Foto 9: Cumbre del Nevado Condoriri (5648 m) en el que se observa una cordada trasnsitando su cresta somital
 Foto 10: Cumbre Pico Austria (5320 msnm)
 Foto 11: Laguna Chiar Khota con el Pico Austria al fondo

Día 6. Nevado Pequeño Alpamayo (5370 msnm)

El día comenzó temprano, a las 2.30 am sonaba el despertador en nuestro refugio y las dos cordadas que lo compartíamos nos pusimos en pie. Por un lado, un guía, primo del nuestro (cosa habitual el parentesco entre los guías locales) y una pareja joven de alemanes que a pesar de la apariencia frágil de ella, debían estar muy fuertes pues nos estuvieron contando parte de su currículum y de sus intenciones en Bolivia para aquellos días, y cierto que para llevar a cabo todo aquel planning era absolutamente necesario que así fuera; por otro, el compañero Benito, el compañero (y primo) Josepa, y el que escribe. A las 4 de la mañana ya estábamos pertrechados y preparados para salir dirección al glaciar de Tarija. La aproximación al glaciar nos tomó 45 min, y una vez en su base procedimos a calzarnos los crampones y a encordarnos apropiadamente. No era éste un glaciar demasiado grande ni dificultoso pero ya se sabe que a los glaciares hay que tenerles mucho respeto pues esconden numerosas grietas, trampas mortales que pueden abrirse sin previo aviso bajo los pies y engullirte en su oscuridad fantasmagóricamente azulosa para siempre. Por suerte nuestro guía conocía el camino como la palma de su mano e incluso en la absoluta oscuridad que nos envolvía aquella noche sin apenas luna, él era capaz de desenvolverse con soltura por aquel laberinto de hielo. Además, una generosa trocha arañada capa a capa por todos los montañeros que nos precedieron aquella temporada marcaba de forma más o menos clara la senda a seguir. La noche era calma y los nervios los sufría cada uno para sus adentros. Para mí, que era mi primera experiencia de esta categoría, se entremezclaban en mi cabeza muy variadas sensaciones: emoción, respeto, incertidumbre, miedo, concentración… a su vez estas sensaciones se mezclaban con el sonido continuo y firme del crujir de los crampones sobre el hielo glacial. Tras varias horas de caminata ondulante a través de aquel laberinto llegamos a la base de una pared de mayor inclinación que la que llevábamos practicando toda la noche. Debían de ser las 7 de la mañana, por lo que ya llevábamos unas 4 horas de marcha en aquel momento. En aquel lugar, Juan, nuestro guía, nos comentó que tendríamos que esperar unos treinta minutos para poder disfrutar la salida del sol en la cumbre del pico Tarija, de 5320 metros. No sé qué temperatura habría exactamente, pero bien sabemos que el alba es siempre el momento más frío del día, por lo que la espera fue, cuanto menos, graciosa. Aprovechamos para hidratarnos y comer alguna barrita o gel. Todo por la foto.
Foto 12: En la arista cimera del Pico Tarija (5320 msnm)
Foto 13: Vista del Pequeño Alpamayo desde la cima del Tarija al amanecer

El pico Tarija es básicamente el punto culminante del glaciar homónimo, que habíamos estado transitando durante las 4 horas anteriores. Su cima, aunque desprovista de cualquier tipo de fastuosidad, infringió en nosotros un sentimiento inmenso de felicidad y libertad. Las vistas del alba desde allí bien valían los sacrificios que habíamos estado llevando a cabo durante todo aquel año de entrenos y gastos. Pero aquello debía ser efímero, ese no era nuestro objetivo. Ahora podíamos verlo, por primera vez desde que llegamos al macizo podíamos ver la pirámide majestuosa que se alzaba frente a nosotros y por la que debíamos arrastrarnos en breves minutos para alcanzar su cima. Desde aquel punto se vislumbraba perfectamente la línea de subida por su arista suroeste que nos depositaría perfectamente en su blanca cumbre. Aquello sí era auténtica montaña andina. Para comenzar la subida al Pequeño Alpamayo debíamos alcanzar primero el collado que separaba éste del cerro Tarija y para ello debíamos descender una escombrera descompuesta con un desnivel negativo de unos cincuenta grados. Este era uno de los puntos a los que yo más respeto le tenía habida cuenta de mi poca habilidad descensiva, pero todo fue de maravilla y media hora más tarde ya nos encontrábamos todos en el collado de acceso a la pirámide somital de nuestro objetivo del día. 
Foto 14: Comenzando el descenso del Tarija, camino de su arista
Foto 15: Descendiendo la arista del Pico Tarija y dirigiéndonos al collado que lo une al Pequeño Alpamayo

Aquí ya empezaba lo serio de verdad, ascenderíamos el Pequeño Alpamayo por su ruta normal (D, 200 m, 50º). Las condiciones son perfectas, ni una nube en el cielo y casi sin viento. Las primeras palas de subida van ganando en inclinación de forma paulatina y poco a poco hay que ir tirando más y más de tracción de nuestros piolets. Llegado cierto momento es cuando descubrimos que hemos ganado varios puntos de seguridad haciendo caso omiso a nuestro guía y trayendo todo el material del que disponíamos para asegurar. (Juan, allá en La Paz, nos dijo que no haría falta traer nada de material, más allá del personal (arnés, casco, etc.), pero nosotros, que ya vamos sabiendo más por viejos que por pellejos echamos igualmente todas las cintas y los tornillos de hielo de los que disponíamos. ¡Y vaya si hicimos bien!). El hielo en esta parte de la ascensión era duro como un día de resaca trabajando en la oficina y las dos tristes estacas de hielo que trajo nuestro amigo entraban entre poco y muy poco. Nuestro material, junto al que trajeron nuestros compadres alemanes de la otra cordada marcó la diferencia y pasamos de haber sufrido una auténtica lotería en la subida (y aún más la bajada) a realizar todo este trayecto en unas condiciones muchísimo más seguras. Dos horas y pico más tarde desde nuestra salida del collado hicimos cumbre Benito, Josepa, Juan y yo. Allí nos esperaban el otro guía con sus dos clientes teutones. Creo que ha sido la cumbre más especial de mi humilde trayectoria alpinística y fue una gozada poder compartirla con amigos, especialmente con mi primo, con el que tantas veces habíamos soñado hacer algo así.
Foto 16: Ruta normal marcada en rojo (Fuente: https://www.santiagoquintero.com/)
Foto  17: Primeras rampas de ascensión a la pirámide del Pequeño Alpamayo. Buscando la arista
Foto 18: Asegurando el paso clave de la arista. Éste se mostraría como el lugar más delicado de la bajada debido al verglás acumulado en la pendiente de más de 60º
Foto  19: Cumbre del Pequeño Alpamayo (5370 m)
 Foto 20: Disfrutando la cumbre en familia
 
Tocaba la bajada. Ese fue el momento más tenso del día. Pasando por el punto de mayor pendiente y por donde nuestra vía normal se unía a la directísima que subía desde el plateau inferior y por donde hacía poco menos de un mes había ocurrido un fatal accidente, con el restultado del fallecimiento de un guía español, cuyo cliente sufrió graves heridas; entendimos perfectamente lo delicado del paso pues su exposición a los vientos del sur hacia que el hielo tuviera una consistencia donde era realmente difícil clavar crampones y piolet. Fuimos bajando de uno en uno por un terreno casi vertical ayudándonos de vez en cuando, buscando asideros y cazos en el espolón rocoso que teníamos a nuestra izquierda y que nos permitía colocar de tanto en tanto algún pie sobre material que no se desmoronara. Por suerte y gracias a nuestra previsión, pudimos hacer este destrepe asegurados de cuatro tornillos de hielo y no de una triste estaca mal clavada (estaca que, por cierto, fue en algún momento el marco de una ventana de aluminio). Una vez nos reunimos todos en el collado, pudimos respirar y continuar con nuestro camino de vuelta. Otra vez ascendiendo los 100 metros de arista rocosa del Tarija y volviendo a bajar por su glaciar que poco a poco nos habría de depositar en el refugio junto a la laguna. Aunque no fue la más alta montaña que subimos aquellos días en Bolivia, fue, sin duda, la que más nos encandiló, por salvaje y por exigencia física y mental. 
 Foto 21: Subiendo en el camino de vuelta por la arista del Tarija. Abajo, collado del Pequeño Alpamayo
Chema Picón, 2020

10 LIBROS DE MONTAÑA Y AVENTURA PARA LA CUARENTENA

23 de abril de 2020

Día Internacional del Libro


10 LIBROS DE MONTAÑA Y AVENTURA.


El medio natural nos regala siempre historias de retos, superaciones, aprendizajes, aventuras, sueños y vivencias.  Historias de superación y de vida protagonizadas por aventureros, muchas veces estas historias permanecen escondidas en libros, libros de montaña. Relatos que nos dan la oportunidad de leer y que, de alguna manera, nos permiten vivir e imaginar de cerca esas experiencias tan espectaculares.

La cantidad de libros de montaña es inmensa, por lo que se hace muy difícil elegir uno, por eso desde la Asociación Deportiva ADENOW de Caravaca de la Cruz, con motivo del Día Internacional del Libro y  para acercar esas increíbles historias a vuestras casas, hemos hecho una pequeña recopilación  de 10 libros de montaña para leer esta cuarentena.


¡Espero que os guste!
Un saludo
                                                                     Alejandro Medina.



1. SOBRE HUELLAS DE GIGANTES, de Chus Lago.

Sobre huellas de gigantes narra la travesía que realizó la alpinista Chus Lago a través de la Antártida, a pie y el solitario, hasta alcanzar el Polo Sur geográfico: 1.200 kilómetros en 59 días.



2. DADO POR MUERTO, de Beck Weathers, Stephen G. Michaud.

Cerca de la cima del Everest, una terrible tormenta dispersó a Beck Weathers y sus compañeros de expedición. Los rescatadores que acudieron a la zona vieron que Weathers se estaba muriendo y decidieron abandonarlo. Doce horas después ocurrió algo increíble: un muerto en vida llegaba al campo.



3. PUSH, de Tommy Caldwell.

Push es un impresionante relato sobre cómo afrontar desafíos, abrazar lo desconocido y dejarse arrastrar por una pasión poderosa y singular. La historia de Caldwell despierta nuestra innata atracción por la aventura y nos recuerda el extraordinario potencial que reside en cada uno de nosotros.



4. BAJO LOS CIELOS DE ASIA, de Iñaki Ochoa de Olza.

Gracias a su fortaleza, velocidad y carácter, Iñaki formaba parte del reducido grupo que compone la élite del himalayismo mundial. En 2008, un derrame cerebral le inmovilizó a 7400 metros en el Annapurna, durante cinco días, algunos de los mejores montañeros del mundo realizaron épicos esfuerzos para llegar hasta dónde se encontraba, pero el rescate fue imposible.



5. LIBROS DE CIMA, de Òscar Masó Garcia.

Libros de cima repasa la historia más reciente de las montañas a partir el estudio de sus vestigios y sus libros de registro de cima.



6. MONTAÑAS DE UNA VIDA, de Walter Bonatti.

El libro presenta al lector toda la edad de oro del alpinismo clásico que fueron los años 50 y 60, mientras conocemos en detalle las más importantes hazañas del autor: la primera ascensión a la pared este del Gran Capucin, la dramática expedición italiana al K2 considerada la cumbre más difícil del Himalaya, el Pilar del Dru, la tragedia del Pilar Central del Freney, el Gasherbrum IV, la solitaria invernal a la cara norte del Cervino.



7. ESTRELLAS Y BORRASCAS, de Gaston Rebuffat.

Estrellas y borrascas es el relato de la ascensión del guía Gaston Rébuffat de las seis caras norte más famosas de los Alpes: la del Dru, la de las Grandes Jorasses, del Eiger, del Cervino, del Piz Badile y de la Cima Grande di Lavaredo.



8. CUANDO LA LUNA CAMBIE, de Juanjo San Sebastián.

En 1986 un grupo de montañeros y amigos se embarcan en una expedición al lejano -y, en aquel tiempo, muy poco explorado Karakorum, en el territorio pakistaní. Desean hacer realidad un sueño: escalar dos altas montañas el Chogolisa y el Broad Peak.



9. LA MONTSAÑA PUEDE CURAR, de Jordi Salvador y Víctor Riverola.

Siempre encontramos testimonios que narran con todo lujo de detalle como la montaña cambia la vida de las personas, como les ha ayudado a nivel psicológico a superar una enfermedad, un trauma, un dolor físico o un daño psíquico que no lograban superar.


10. LOS CONQUISTADORES DE LO INÚTIL, de Lionel Terray.

Conquistadores, como lo llamamos familiarmente, es y será un clásico de la literatura de montaña, tal vez el más vendido y más leído de todos los tiempos; un libro imprescindible para quienes además de subir montañas les gusta soñar con ellas.








Alguien dijo...

"Envejecer es como escalar una gran montaña: mientras se sube las fuerzas disminuyen, pero la mirada es más libre, la vista más amplia y serena.

Ingmar Bergman